Templo del Deseo
jueves, 28 de abril de 2011
domingo, 13 de febrero de 2011
martes, 29 de junio de 2010
lunes, 31 de mayo de 2010
El Visitante Nocturno

La dama perdió de vista la cabeza del caballero, él mismo había escondido su rostro entre los ropajes de su camisón en la zona de su entrepierna. Podía observa el tanga que llevaba puesto, lo deseó, acarició, jugaba con la goma que lo sujetaba, acariciaba su sexo por encima del mismo, ya húmedo. Las piernas de la dama facilitaban dicha labor, apartándose como si quisiera que sus manos acariciaran todo su ser. Así ocurrió las manos del caballero guiadas por el instinto acariciaron su sexo, por encima del tanga, apretando ligeramente para que sintiera los dedos. La dama se estremecía de placer sobre aquel balcón y notaba como debajo de su camisón despojaban lo único que protegía su sexo. La mano del caballero bajó por el ombligo hasta el tanga que sin quitarlo pasó y acarició su sexo húmedo, cada vez más rápido sin quitar el tanga. La humedad hacía que sus sexo se transparentara, deseándolo cada vez tenerlo en su boca. Cogió con ambas manos y fue bajando el tanga hasta que quedó por sus tobillos. No sabía que pasaría hasta que sus labios besaron su sexo, haciendo cambiar de temperatura a la dama. La lengua hizo el resto, más húmeda que los labios, fue repasando todo su sexo, desde el clítoris hasta la parte donde terminaba la fuente de ese placer. En cada repaso que daba su lengua, la entrepierna del caballero delataba su sexo delante de los ojos de la dama. Deseosa de cruzar el límite y comprobar que maravilloso placer se escondía tras esos ajustados pantalones. Esos deseos se volvían más atrevidos...hasta que impaciente bajó la cremallera y un duro falo salió a la superficie y fue mojándose con el agua de la lluvia. Lo cogió con delicadeza y fue probando la punta rodeando con su lengua el tope o frenillo que lo estiraba. Se lo introdujo en sus labios apretándolo hasta que desapareció en su interior. El agua recorría toda su longitud como si de un acueducto se tratara, calentándola hasta llegar a la boca de la dama. Restos de agua brotaban por su barbilla, los afortunados...en su interior se metían...otros por los testículos resbalaban hacia el pavimento formando un pequeño charco en el lugar de la caída. Con todo ese erotismo su lengua se metió cada vez más en su ser, ancha, rojiza se deslizaba como serpiente por su entrepierna, restos de humedad recorrían cada centímetro de la lengua, quien sabe si de la lluvia o del calor de la dama...que como un geiser debía expulsar todo ese calor que le estaba causando. Los movimientos del visitante se hicieron más efusivos, movimientos de pelvis ayudaban a que su miembro más íntimo se introdujera con algo más de violencia entre los labios de la dama. Mientras sus otros labios se expresaban de forma escandalosa entre los del caballero que debía respirar en ocasiones al tener su nariz apretando contra su vientre del placer. En ocasiones los truenos y relámpagos seguían haciendo su canción, visto desde la calle, iluminaba con cada destello la secuencia de placer, como si de un fotograma se tratara. La escena...con una banda sonora sublime de la dama y una batuta que la guiaba en todo momento.
Las manos del visitante agarraron ambas piernas y separaron la una de la otra, en su interior el agua contenida en el camisón saturado recorrían las paredes de la entrepierna como si de una cascada se tratara. El frío de la noche hizo el resto...poniendo su sexo más sensible si cabe, que por cada movimiento que hacía su abdomen se contraía de placer, sus piernas temblorosas cedían y tenía que sujetarlas el visitante. Conforme la escena avanzaba el falo erecto del joven desaparecía en la boca de la dama, más ardiente se lo introducía con mucha pasión...demasiada...pues los testículos del visitante, empapados de la lluvia salpicaban restos del agua sobre el rostro de la dama, golpeando la barbilla de la dama con cierta violencia. Abajo, donde la boca del joven se perdía, los movimientos de cuello eran más acusados, los labios eran besados, quería comprobarlos como si fueran los que ella utilizaba para gemir. Así, el hombre quiso besarlos...como los de arriba...rozando ambas comisuras con los laterales desplegados...abriéndose como una flor. La lengua no tardó en comprobar su interior, rozando, friccionando su botón entre enormes alaridos que tambaleaban el duro falo del visitante en la boca de la dama. Besarlo con lengua, la dama nunca había experimentado esa clase de beso, tuvo que soltar el sexo del visitante violentamente mientras sus manos agarraban su pelo mirando hacia los truenos que la iluminaban. Su rostro jamás había tenido ese semblante, tan apasionado, sus ojos tan deseosos, sus pupilas desapareciendo en ocasiones, dejando un semblante ido por el placer. Las manos bajaron a la cabeza del visitante, agarraron su cabeza y empujaron hacia su sexo sin soltar la cabeza. El beso desapareció, así como el rostro del joven, que presionado contra la dama respiraba sobre su sexo, dando ese aliento caliente que en la fría noche necesitaba. La dama suspiraba, llamaba al placer, su sexo había dado el suficiente calor como para entrar en erupción, estaba latente, quería unas últimas caricias, unos últimos toques de humedad que la dejaran entrar en erupción. El caballero notó esa explosión pues sus paredes se dilataron y después de una humedad abundante en ambas paredes unas uñas se clavaron en su espalda haciendo gritar de dolor al visitante. Después del alarido la dama se expresó mucho más ardiente, haciendo que pequeños animales que se cobijan de la intemperie, protestaran por tal alarido, eclipsado al final por un trueno que censuró el mismo.
Allí apoyada sobre la barandilla, unas últimas gotas, dejaron que la tempestad dejara paso a la calma. Las nubes como si de algo mágico se tratara fueron difuminándose, la luna antes oculta iluminaba la escena. La dama abrió los ojos, cerrados durante minutos de las sensaciones que sintió, pero no vio a su visitante. Quizás no estaba preparado para la calma o se sentía intimidado por las miradas de la luna y de los millones de ojos que el cielo dibujaba. Pero en el interior de la dama aun quedaba la tempestad que ese visitante le había hecho sentir, el calor se propagó por todo su cuerpo y con una sonrisa, delató que la había hecho sentir mujer de nuevo.
miércoles, 12 de mayo de 2010
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