lunes, 31 de mayo de 2010

El Visitante Nocturno

Aquella noche entre el ruido ensordecedor de los truenos y el incesante tintineo de la lluvia al caer hacían a la dama teclear temblorosa. Había pasado una mala tarde, fiebre, ansiedad, sólo esos minutos delante del ordenador curaban en gran medida todo mal. Las ventanas vibraban y el vidrio empujado por el viento se movía haciendo un sonido difícilmente de explicar. En esos momentos se fue la luz, una ráfaga de aire empujó los ventanales, el pestillo que las sujetaba se aflojó y una bocanada de aire y lluvia empezó a empapar el interior de la instancia. La dama se acercó al ventanal para intentar cerrarlo, pero la fuerza era superior a las suyas, y sus brazos cedían del empuje. Tras un trueno que iluminó toda la instancia en el exterior creyó ver una sombra. Se fue acercando al exterior del balcón y se asomó por la barandilla metálica ojeando hacia abajo para ver qué cosa habían visto sus ojos. Al asomarse no vio nada, únicamente farolas iluminando la calle y el perfil de las gotas al caer, iluminadas por las mismas. La lluvia empezó a empapar el camisón que llevaba puesto dibujando la silueta de sus pechos en los mismos y dejando notar cada vez más las aureolas de sus pezones hasta que empapados se hicieron visibles. Su cabello se fue mojando y las gotas sobrantes bajaban por su espalda goteando el suelo del balcón. Notaba una presencia cerca, algo misterioso, que la paralizaba de miedo, no podía moverse. Arriba cerca de su frente empezó a notar una respiración caliente, no podía ver de quién se trataba pero su corazón daba vuelcos en cada bocanada de aire. Pronto ante la aterrorizada mirada de la dama unos ojos rojizos empezaron a bajar boca a bajo, y el rostro de un atractivo hombre apareció en la noche. Sus labios se situaron sobre los de la dama y empezó a rozarlos dibujando con ellos la comisura de sus labios. Su lengua viperina los probó como si de un preciado bombón se tratara, se introdujo en los mismo buscando la otra lengua, y con sus afilados dientes fue sacándola hacia el exterior. La volvió a introducir y en ese preciso momento sus labios se juntaron con los de la dama y no se separaron en varios minutos lujuriosos. Los ojos de la dama impresionados no dejaban de mirar los del apuesto visitante, deseosos de poseerla en esa fría noche. En unos minutos interminables notó la dama como el caballero dejó de besarla y fue avanzando hacia la parte de sus pechos, empapados de agua de lluvia, pesados por la carga del mojado camisón. Los acarició sobre la tela haciendo cerrar los ojos a la dama de placer, sus labios se mordieron y un primer gemido se oyó tras el incesante ruido de los truenos. Agarró el caballero ambos senos y apretó su cuerpo contra ellos dejando el sello de los pezones en su vestimenta. Con su lengua fue explorándolos sobre la tela, era tan amplia y rugosa que su textura se dejaba notar, aun con el camisón por encima. Las manos de la dama fueron acariciando las piernas del caballero en cada caricia que le daba sobre sus pechos, los laterales del mismo, gotas de lluvia se metían en la boca de la dama en cada gemido que emitía. Los senos fueron rozados por el cuerpo del caballero que bajaba hacia la entrepierna, situando ambos pies sobre el dintel que se alzaba sobre los ventanales
La dama perdió de vista la cabeza del caballero, él mismo había escondido su rostro entre los ropajes de su camisón en la zona de su entrepierna. Podía observa el tanga que llevaba puesto, lo deseó, acarició, jugaba con la goma que lo sujetaba, acariciaba su sexo por encima del mismo, ya húmedo. Las piernas de la dama facilitaban dicha labor, apartándose como si quisiera que sus manos acariciaran todo su ser. Así ocurrió las manos del caballero guiadas por el instinto acariciaron su sexo, por encima del tanga, apretando ligeramente para que sintiera los dedos. La dama se estremecía de placer sobre aquel balcón y notaba como debajo de su camisón despojaban lo único que protegía su sexo. La mano del caballero bajó por el ombligo hasta el tanga que sin quitarlo pasó y acarició su sexo húmedo, cada vez más rápido sin quitar el tanga. La humedad hacía que sus sexo se transparentara, deseándolo cada vez tenerlo en su boca. Cogió con ambas manos y fue bajando el tanga hasta que quedó por sus tobillos. No sabía que pasaría hasta que sus labios besaron su sexo, haciendo cambiar de temperatura a la dama. La lengua hizo el resto, más húmeda que los labios, fue repasando todo su sexo, desde el clítoris hasta la parte donde terminaba la fuente de ese placer. En cada repaso que daba su lengua, la entrepierna del caballero delataba su sexo delante de los ojos de la dama. Deseosa de cruzar el límite y comprobar que maravilloso placer se escondía tras esos ajustados pantalones. Esos deseos se volvían más atrevidos...hasta que impaciente bajó la cremallera y un duro falo salió a la superficie y fue mojándose con el agua de la lluvia. Lo cogió con delicadeza y fue probando la punta rodeando con su lengua el tope o frenillo que lo estiraba. Se lo introdujo en sus labios apretándolo hasta que desapareció en su interior. El agua recorría toda su longitud como si de un acueducto se tratara, calentándola hasta llegar a la boca de la dama. Restos de agua brotaban por su barbilla, los afortunados...en su interior se metían...otros por los testículos resbalaban hacia el pavimento formando un pequeño charco en el lugar de la caída. Con todo ese erotismo su lengua se metió cada vez más en su ser, ancha, rojiza se deslizaba como serpiente por su entrepierna, restos de humedad recorrían cada centímetro de la lengua, quien sabe si de la lluvia o del calor de la dama...que como un geiser debía expulsar todo ese calor que le estaba causando. Los movimientos del visitante se hicieron más efusivos, movimientos de pelvis ayudaban a que su miembro más íntimo se introdujera con algo más de violencia entre los labios de la dama. Mientras sus otros labios se expresaban de forma escandalosa entre los del caballero que debía respirar en ocasiones al tener su nariz apretando contra su vientre del placer. En ocasiones los truenos y relámpagos seguían haciendo su canción, visto desde la calle, iluminaba con cada destello la secuencia de placer, como si de un fotograma se tratara. La escena...con una banda sonora sublime de la dama y una batuta que la guiaba en todo momento.
Las manos del visitante agarraron ambas piernas y separaron la una de la otra, en su interior el agua contenida en el camisón saturado recorrían las paredes de la entrepierna como si de una cascada se tratara. El frío de la noche hizo el resto...poniendo su sexo más sensible si cabe, que por cada movimiento que hacía su abdomen se contraía de placer, sus piernas temblorosas cedían y tenía que sujetarlas el visitante. Conforme la escena avanzaba el falo erecto del joven desaparecía en la boca de la dama, más ardiente se lo introducía con mucha pasión...demasiada...pues los testículos del visitante, empapados de la lluvia salpicaban restos del agua sobre el rostro de la dama, golpeando la barbilla de la dama con cierta violencia. Abajo, donde la boca del joven se perdía, los movimientos de cuello eran más acusados, los labios eran besados, quería comprobarlos como si fueran los que ella utilizaba para gemir. Así, el hombre quiso besarlos...como los de arriba...rozando ambas comisuras con los laterales desplegados...abriéndose como una flor. La lengua no tardó en comprobar su interior, rozando, friccionando su botón entre enormes alaridos que tambaleaban el duro falo del visitante en la boca de la dama. Besarlo con lengua, la dama nunca había experimentado esa clase de beso, tuvo que soltar el sexo del visitante violentamente mientras sus manos agarraban su pelo mirando hacia los truenos que la iluminaban. Su rostro jamás había tenido ese semblante, tan apasionado, sus ojos tan deseosos, sus pupilas desapareciendo en ocasiones, dejando un semblante ido por el placer. Las manos bajaron a la cabeza del visitante, agarraron su cabeza y empujaron hacia su sexo sin soltar la cabeza. El beso desapareció, así como el rostro del joven, que presionado contra la dama respiraba sobre su sexo, dando ese aliento caliente que en la fría noche necesitaba. La dama suspiraba, llamaba al placer, su sexo había dado el suficiente calor como para entrar en erupción, estaba latente, quería unas últimas caricias, unos últimos toques de humedad que la dejaran entrar en erupción. El caballero notó esa explosión pues sus paredes se dilataron y después de una humedad abundante en ambas paredes unas uñas se clavaron en su espalda haciendo gritar de dolor al visitante. Después del alarido la dama se expresó mucho más ardiente, haciendo que pequeños animales que se cobijan de la intemperie, protestaran por tal alarido, eclipsado al final por un trueno que censuró el mismo.
Allí apoyada sobre la barandilla, unas últimas gotas, dejaron que la tempestad dejara paso a la calma. Las nubes como si de algo mágico se tratara fueron difuminándose, la luna antes oculta iluminaba la escena. La dama abrió los ojos, cerrados durante minutos de las sensaciones que sintió, pero no vio a su visitante. Quizás no estaba preparado para la calma o se sentía intimidado por las miradas de la luna y de los millones de ojos que el cielo dibujaba. Pero en el interior de la dama aun quedaba la tempestad que ese visitante le había hecho sentir, el calor se propagó por todo su cuerpo y con una sonrisa, delató que la había hecho sentir mujer de nuevo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

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Reflejo del Alma

En el reflejo del agua se iluminaba tu rostro, el agua recorría tu cuerpo sembrando cada poro de tu piel, inundándolo de esa agua fría que salía de la ducha. Las sensaciones recorrían tu imaginación, guiaban tus manos por todo tu cuerpo, explorado desde hace años, pero todavía con partes por descubrir.
Al poner los pies en el frío gres, tu rostro se ilumina, tus párpados abren las ventanas de esa mirada rasgada. Tus ojos abiertos se fijan en ese espejo que tantos días ha reflejado su cuerpo y alma desnuda. Ahora, delante de esos ojos, adviertes el bonito cuerpo que dios te ha dado, esas curvas insinuantes se pierden ante los libinidosos deseos de tu alma de ser explorada. Cierras los ojos, te encuentras delante de mi torso, tus manos, inmóviles dejan que el agua fría de tu cabello recorra sus yemas. Mis manos mientras se dejan llevar por la silueta de tu contorno y exploran cada textura de tu piel.
Modelando tus caderas como si de alfarero se tratara, con delicadeza, haciendo que cada caricia se transforme en un surco infinito de tu alma, ese suspiro, ese jadeo de tu boca. Noto el latir del corazón conforme mis manos ganan altura y se aproximan hacia tus senos. Abres los ojos y ves esas manos, grandes, con dedos largos y delgados deslizarse, no tocan música, sino otra obra de arte. No me miras, sólo el reflejo de nuestra alma es testigo de esas caricias. Esa respiración acelerada delata todo el calor que estás intentando expulsar al exterior.
Mis labios bajan hacia el talud que forma tu cuello, lo beso con delicadeza, no quiero que se desmorone ante mis ojos. Miro el reflejo, nuestras miradas se cruzan, nace una sonrisa y tu mano acaricia mi rostro. Ese dedo curioso repasa la comisura de mis labios pero logro atraparlo con mi boca, lo baño en el aliento de mi lujuria, aún contenida. Al salir se desliza por mi torso dejando esa humedad y evaporándose al permanecer tiempo sobre mi corazón.
Esos dedos largos cuelgan de tus aureolas, como pinzas se enganchan en esos ojos altones que sobresalen, crecen, ganan altura y color.
Tus gemidos tapan cualquier sonido del exterior, tu pelo, oculta mi rostro y en el reflejo sólo ves extremidades perdidas, que estimulan tu torso. Ver esas manos sobre tu cuerpo hace que te estremezcas de placer, sólo viendo ese reflejo. Las manos acarician de forma sensual tus pechos, pero quieren recorrer tu cuerpo entero. Suben, bajan, se deslizan por cada extremidad de tu cuerpo… Piernas, brazos… toda su longitud acariciada por mis suaves manos.
Apoyas el cuello contra mi hombro, mis labios deseosos atrapan los tuyos y saborean ahora esa humedad contenida. Que delicioso manjar, me da vida, emoción, suspiros de amor. No puedo remediar bajar mis manos al besarte, acariciar los laterales de tus muslos, los interiores, acercarme peligrosamente a tu sexo sin dejar de besarte. No puedo frenar el instinto de mis manos, que inexorablemente se acercan hacia el lecho de esa diosa dormida aún. El reflejo emula cada gesto de nuestros cuerpos, mi mano como hoja, censura de forma juiciosa tu sexo mientras mis labios sellan toda la pasión que siento dentro.
Tus extremidades inferiores ceden mientras bocanadas de aire respiran sobre tu cuello y la textura de mis labios palpan el grosor de tu boca. Mis dedos se dejan guiar por el aroma de lujuria, son guardianes de tu lecho, abren ligeramente los pliegues de tu piel, recogen toda esa humedad contagiosa que pasa de dedo en dedo recorriendo toda la longitud de su falange. Ese tallo de carne se introduce en su lecho, al final del mismo las yemas surcan cada labio mientras el reflejo, esa imagen gemela copia cada detalle de mis movimientos. Sin ver tu rostro fijas tu mirada en esa zona tan especial, que está siendo explorada, relames tus labios, ocupados aún por la ternura de los míos. Tus manos bajan inconscientemente hacia tus pechos, los acarician, tratan con dulzura esas obras de arte que esculpidas como salientes sobresalen de una escultura de mármol imperecedera, tu torso.
Tus manos adquieren dinamismo, ni en tus más íntimos sueños hubieras pensando en manejar como títere las manos que tocaban música para ti. Agarraste mis muñecas con esa delicadeza que atesoras y diste tu personalidad a mi mano. Como si fuera parte de tu cuerpo fuiste tocando tu lecho, ya húmedo de la copiosa lluvia de tu interior que regaba los valles de tu entrepierna formando ríos de placer. La imagen del espejo reflejaba toda la secuencia a la perfección, captando cada movimiento como si se tratara del mejor fotograma. Eras testigo del encuentro, cinéfila de tu imagen desnuda, erudita de los placeres ocultos de tu cuerpo, alquimista de los sentidos. Tu cuerpo se estremecía mientras guiabas mis extremidades por cada zona que deseabas. Pero ese lecho, era el lugar escogido para que la mujer dormida saliera. Introdujiste mi dedo, señalaste el camino y lo guiaste hasta la oscuridad. Salía y entraba buscando la luz, la respiración, ese oxígeno evaporado por el calor de tu volcán. Sonaba música en el ambiente, era tu forma de expresar tu alma desnuda. Sonora, inconfundible hacía levantar mi sexo de forma alarmante contra tu espalda. No veías mi rostro, oculto por la espesura de tu cabello, ni mi torso, escondido detrás de tu figura. Sólo notabas esa reacción que tu música producía en mi cuerpo, ese crecimiento que rozaba tu piel por momentos. Tu mente nublada de lujuria se reflejaba en aquel espejo, notabas esa necesidad imperiosa de tenerme dentro. Pero deseabas tocar música con mis manos, sentirte compositora de ese momento. El rozamiento de mis manos fue en aumento, las guiabas por las estancias de tu lecho, querías visitarlas todas, y que el calor de las mismas te llenara por completo. Moviste con esmero y un segundo visitante se introdujo, está vez si para quedarse, sin moverse de dentro, sólo con tu cintura acompañabas ese movimientos. Lo veías gemelo ante tu espejo, te producía un placer indescriptible ver tu rostro de placer, eso acentuaba cada vez más ese grito, esa llamada a lo salvaje, ese instinto escondido que salía cada vez que sentías mi presencia.
Tu cuerpo se inclinó hacia delante, y por fin, el reflejo de mi rostro se dibujó ante ti, con esa mirada deseosa, con mi dureza rozando tus caderas. Notabas también ese calor mío, interno, esa semilla oculta que florecía cuando te miraba, cuando me hablabas. Cualquier reacción tuya era suficiente para alterar mi personalidad, mis acciones, mi vida. En ese momento era títere en tus manos pero me sentía libre al poder disfrutar con la mirada todo lo que tu rostro reflejaba. Como hilo conductor mi sexo notaba cada movimiento de tu cuerpo, me producía ese hormigueo que aparece en los momentos más especiales.
Mis dedos resbalaban dentro de su sexo de la humedad que se había concentrado, suspiros de placer aparecían en el espejo. La boca abierta entonaba ese dulce sonido del placer con ese gemido de estribillo, una y otra vez se repetía mientras mis dedos quemaban en tu interior. Las paredes se abrían ante su cercanía y longitud, mis dedos abrían esas paredes y tocaban esas teclas sensibles. Mi sexo no dejaba de golpear su zona trasera, notaba su dureza, pero no la veía, escondiéndose de las miradas del espejo, espía, sigiloso visitante que se mantenía a la espera hasta que una señal uniera ambos cuerpos. Esperaba dicha señal, tan sólo fue un instante, un guiño del espejo fue suficiente para unir ambos cuerpos poco a poco. Un movimiento lento que pausó la imagen del espejo, viendo ambos rostros de placer. Esa unión de cuerpos, ese rozamiento de torsos, esa mezcla se sonidos. Se hacía intenso el momento, quería inmortalizarlo con cada caricia, cada penetración. Agarraba sus pechos ahora con mis manos mientras su cuello apoyaba en mi torso. Quizás cansando, o quizás con ganas de sentirme más de cerca, escuchar el latido de mi corazón en cada momento. Esas penetraciones eternas que engañaban al tiempo, lo censuraban, corría lento entre los jadeos de ambos. Notabas como salía y entraba, pero el tiempo se paraba cuando uníamos cada parte de nuestra alma. Notabas mi torso contra tu espalda, esa tan bella que servía de apoyo en ocasiones a tu cabello. Ese sexo húmedo que en cada salida dejaba cataratas de placer en su nacimiento, recorriendo tu entrepierna hasta los tobillos. Mojándote de esa esencia tuya, esa fuente de juventud que salía de esa mujer dormida. Deseaba cada momento juntos, ese en especial, reflejando cada sentimiento mutuo delante de nosotros mismos. Que mejor testigos para inmortalizar ese momento mágico del orgasmo, donde la diosa que llevabas dentro se levantó de su ataud de piedra y gritó al cielo, rompiendo todas las barreras que le habían sido impuestas, el olvido. Al final dicho espejo reflejó tu rostro rejuvenecido, una sonrisa que con la boca abierta aún entonaba las últimas notas de placer. El alma gemela se reflejó al sacar mi sexo de tu interior, y aunque separados carnalmente nos vimos en el espejo como un solo cuerpo. En efecto el espejo captó esa última imagen, que se quedaría en cada retina de nuestros ojos para siempre…..